El Sahel se desborda: las olas llegan al Atlántico
Lo que ocurre en el Sahel ya no es un asunto lejano. A más de tres mil kilómetros de Canarias, la inestabilidad que sacude a Mali, Burkina Faso y Níger se traduce en migración masiva, amenazas de seguridad y tensiones energéticas que golpean con fuerza en las costas atlánticas españolas.
Una ruptura política con efectos globales
En enero de 2025, Mali, Burkina Faso y Níger abandonaron la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO). La decisión, acompañada de un discurso soberanista y de la mano de una creciente influencia rusa, cerró definitivamente la etapa en la que Francia y Estados Unidos mantenían el control en la región.
La salida de la CEDEAO debilitó la cooperación regional justo cuando la amenaza yihadista se intensifica. En abril, un ataque en el norte de Benín dejó 54 militares muertos, el mayor golpe en la historia reciente del país. Solo en los primeros cuatro meses de 2025, las víctimas superaron el total de 2024.
El mar como salida estratégica
La presión interna ha empujado a los gobiernos sahelianos a mirar hacia el Atlántico. Marruecos presentó su Iniciativa Atlántica, ofreciendo a países sin litoral el uso de puertos como el de Dajla. Argelia, por su parte, trata de reforzar rutas energéticas alternativas para no quedar al margen.
Sin embargo, los proyectos avanzan sobre un terreno inestable. El oleoducto Níger–Benín (NBEP), esencial para la exportación de crudo, ha sido objeto de sabotajes y bloqueos, recordando que en el Sahel ningún plan estratégico está libre de riesgos.
El impacto en España
Las consecuencias ya se sienten en el archipiélago. En 2024 llegaron a Canarias 46.843 migrantes en cayucos y pateras, una cifra récord. La otra cara de la ruta es aún más dramática: más de 10.000 muertes o desapariciones en un año, según datos de ONG y organismos internacionales.
Aunque en 2025 el flujo ha descendido, la mortalidad sigue siendo alarmante y mantiene en alerta a las autoridades.
Benín, el nuevo frente de batalla
El norte de Benín, especialmente en regiones como Alibori, se ha convertido en la nueva línea de choque. Los ataques del grupo yihadista JNIM se han duplicado en apenas dos años. Lo que ocurra en este “tapón” fronterizo determinará si la violencia logra o no desbordar hacia el Atlántico.
Indicadores a seguir
Los analistas coinciden en que el futuro inmediato dependerá de una serie de señales tempranas:
- Violencia en Benín y Togo: cada ataque y cada víctima son termómetro de la expansión yihadista.
- Corredores energéticos: la continuidad del oleoducto Níger–Benín y los avances en el gasoducto Nigeria–Marruecos marcan la estabilidad regional.
- Flujos migratorios: llegadas mensuales a Canarias, mortalidad en ruta y desvíos hacia el Estrecho.
- Acuerdos políticos: los pactos entre la Alianza de Estados del Sahel (AES) y Marruecos o Mauritania son señales de cooperación; su ausencia, de tensión.
- Narrativas externas: el repunte de campañas de desinformación anticipa movimientos geopolíticos de fondo.
España en la primera línea
El Sahel se desordena y ese desorden ya golpea el Atlántico. España, y en particular Andalucía y Canarias, afrontan un escenario en el que migración, seguridad y energía se entrelazan.
No se trata solo de proteger fronteras: lo que está en juego es el equilibrio de un espacio compartido entre Europa y África.
Imagen: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Sahel_Base_Map_v2.png